miércoles, 11 de enero de 2012

Minicuento: Arcadia

Accioné el botón de autoarranque y un leve zumbido comenzó a sonar. El indicador del motor izquierdo comenzó a subir indicando que el motor de avance se estaba comenzando a alinear. Un leve vistazo a los indicadores de las burbujas de fluido antigravedad indicaba que todo estaba funcionando correctamente.


Al llegar el indicador del motor a 63 se disparó hasta llegar a 80 y luego comenzó a bajar al nivel de ralentí al tiempo que que el motor 2 comenzaba a zumbar en su ciclo de arranque.


Un leve crujido se hizo audible cuando arrancó el primer motor debido al leve tirón que supuso el empujón del motor comenzando a funcionar.


Una vez arrancados los dos motores hablé con Francisco de mantenimiento para que soltara amarre y abriera la puertas del hangar.


La luz comenzó a invadir el interior de la gran construcción mientras yo imaginaba las caras que pondrían las decenas de asistentes entre prensa y autoridades las cuales verían por primera vez la fragata volante.


Copié el diseño y el nombre de una nave de una antigua serie de dibujos animados de mi infancia "El capitán Harlock". Años más tarde encontré un diseño para el simulador aéreo que constituía una de mis escasas distracciones durante mi etapa de estudiante y pensé que sus formas y depósitos serían ideales si conseguía algún día ultimar una forma de materializar el fluido antigravedad. Lo fué, de hecho de las 6 burbujas de la parte posterior sólo harían falta dos si las estimulabas con una corriente eléctrica mayor.


Una vez abiertas las puertas solté el freno inercial y la Arcadia comenzó a avanzar. Conforme la luz comenzaba a bañar el morro de la fragata iba aumentando la excitación de los asistentes. Su euforia se me hacía patente contagiándome. Su alegría: mi alegría. En momentos así permitía el baño psíquico de los que me rodeaban.


Buscaban ruedas, cables, algo que les dijera que eso que tenían delante era un avión o un globo. No lo era, hoy estaban viendo algo que nunca nadie había visto antes, algo que podría suponer una innovación aeronáutica tan importante como cuando los Hermanos Wright idearon el primer avión.


Una vez rebasada las puertas activé el timón de cola y la nave giró noventa grados a la izquierda. Entonces volví a accionar el freno inercial hasta detener la nave. Por los auriculares escuchaba de fondo el murmullo y las explicaciones que Antonia -encargada de relaciones públicas de IH- hacía al público. Había sido todo un acierto contratarla, yo no estaba ahí para hablar con la prensa. 


Ahora me tocaba volver a disfrutar. Hoy tocaba volar de nuevo.


Accioné los flaps al máximo para facilitar el despegue y cuando llegaron al máximo aumenté la potencia.


La nave comenzó a ascender, cuando superé la altura del colchón gravitacional (que mantenía flotando la nave sin que tocara el suelo) lo desactivé para evitar el freno que suponía llevarlo activado. Una vez desapareció su influencia reduje los flaps a un sólo punto para permitir el avance. Al sobrepasar los sesenta nudos corté la potencia al ralentí. Cuando alcancé los cien nudos quité totalmente los flaps. Conforme hacía esto la nave salió desbocada hacia delante debido al impulso residual que aún quedaba en los motores de avance. Siempre hacía esto, era como un caballo al que abrías de golpe el corral y salía corriendo.


La nave alcanzó los ciento ochenta nudos antes de que se estabilizaran los motores y la velocidad comenzara a bajar a los ciento cuarenta que era su velocidad de avance normal al ralentí.


Giré diez grados a la derecha y mantuve esa ruta unos segundos antes de girar a la derecha para enfocar de nuevo el descampado de despegue. Quería pasar sobre ellos, quería que disfrutaran ante la visión de mi obra, quería que comenzaran a soñar...