lunes, 12 de marzo de 2012

Premonición

Ahí estaba, al final de la cola en el embarque del avión. Había pillado un atasco camino del aeropuerto y faltó poco para que no hubiera podido estar ahí.


La cola avanzaba despacio, respiré hondo y aguardé.


Pasa una persona y avanzo un puesto. Ya falta menos.


De repente una idea llega a mi cabeza ¡No subas al avión!. ¡Tonterías! ¿A cuento de qué me pongo a pensar en estas idioteces?


¡No subas al avión! Otra persona, avanzo otro poco.


¡NO SUBAS AL AVIÓN! Comienzo a ponerme nervioso. Alzo la cabeza sobre el hombro de la persona que me precede en la fila. Luego a la derecha, más tarde a la izquierda.


¡NO SUBAS AL AVIÓN! ¿Estás tonto? ¡El billete cuesta una pasta! Además, te esperan en Madrid para la reunión.


¡NO SUBAS! ¡NO SUBAS! Me muevo nervioso. Arriba, abajo. Avanzo otro poco y vuelvo a mirar. Una agente del puesto de embarque se fija en mí. ¡Como para no hacerlo! Seguro que se me notan los nervios en la cara.


¡NO SUBAS AL AVIÓN! Me doy la vuelta, dudo sobre si marcharme. Aferro el asa de la maleta que no pude facturar.


¡NO SUBAS! Me giro y me vuelvo a girar. Al final me doy la vuelta y me dirijo a la puerta. Noto una mano en mi hombro, me giro y veo a la agente que se fijó en mí junto con un compañero suyo. ¿Le sucede algo señor? ¡Si!, ¡que estoy gilipollas! - pienso.


Con una voz pausada el agente me pide que le acompañe. Ya da lo mismo. Seguro que pierdo el avión.


El avión había llegado perfectamente y sin problemas a Madrid mucho tiempo antes de lo que yo tardé en salir de la garita de los guardias.


Perdí el avión, un avión que llegó perfectamente a destino. Con respecto a mí... bueno hoy celebro mi segundo aniversario de boda; me casé con la agente del aeropuerto...

lunes, 23 de enero de 2012

Minicuento: No estamos solos

Siempre me ha gustado esta carretera. Procuro evitar siempre la autovía porque me resulta más entretenida una ruta con curvas. Eso sin contar los 20 kilómetros que me ahorro.


Otra ventaja es que también conoces los sitios en los que parar cuando como en este caso la vejiga parece que va a explotar. Así, al entrar en una recta aparto el coche en un ensanche. Coloco las luces de emergencia al tiempo que desabrocho el cinturón de seguridad. Quito las luces largas ya que aunque no me he cruzado con ningún coche esta noche, no quiero deslumbrar a cualquiera que pudiera aparecer ahora -cumpliendo por cierto las leyes de Murphy-


Miro por el retrovisor antes de abrir la puerta y bajo del coche. Me aparto un par de metros mientras bajo la cremallera. Afianzo los pies y comienzo a orinar.


Alzo la mirada, el cielo está lleno de estrellas. Este punto apartado de todo el mundo es lo que tiene. Es como si las estrellas se hubieran multiplicado.


Finalizo de orinar y bajo la mirada mientras vuelvo a abrocharme. Es entonces cuando lo veo, está ahí, frente a mí, a unos dos metros.


Un montón de ideas se estrellan de golpe en mi cabeza... son como dicen las películas... altos, cabeza grande y ojos negros, una boca minúscula bajo una nariz ínfima, apenas dos puntos...


¿Que hago? ¿Lo saludo? Retrocedo un paso. El ser me mira, impasible. Pienso que puede haber otro detrás mío y que chocaré contra él. Un escalofrío recorre mi espalda. Me detengo.


¿Corro hacia el coche? Jolines tío, ¡es un extraterrestre! Has soñado con ellos desde pequeño y ahora estás frente a uno. Lo miro de frente y trago saliva. Miro al suelo. Es arenoso. Me agacho. Hago un punto en la arena con el pulgar y con el corazón, completamente extendido trazo un círculo. A continuación, marco un punto en la circunferencia y utilizando el mismo radio formado por mi pulgar y el dedo corazón que usé para hacer la circunferencia voy haciendo otras cinco marcas en los puntos que cortan con la circunferencia partiendo del punto original y luego de cada nueva intersección. Para finalizar trazo el hexágono formado por las seis intersecciones en la circunferencia.





Alzo la mirada. El ser ha observado mis movimientos. ¡Matemáticas! El idioma universal, seguro que eso lo ha entendido.


Me mira. Una sonrisa se forma en su pequeña boca. Noto la sonrisa también en sus ojos. Entonces habla.


- "Llevamos mucho entre vosotros. Ya sabemos que sois seres inteligentes"



miércoles, 11 de enero de 2012

Minicuento: Arcadia

Accioné el botón de autoarranque y un leve zumbido comenzó a sonar. El indicador del motor izquierdo comenzó a subir indicando que el motor de avance se estaba comenzando a alinear. Un leve vistazo a los indicadores de las burbujas de fluido antigravedad indicaba que todo estaba funcionando correctamente.


Al llegar el indicador del motor a 63 se disparó hasta llegar a 80 y luego comenzó a bajar al nivel de ralentí al tiempo que que el motor 2 comenzaba a zumbar en su ciclo de arranque.


Un leve crujido se hizo audible cuando arrancó el primer motor debido al leve tirón que supuso el empujón del motor comenzando a funcionar.


Una vez arrancados los dos motores hablé con Francisco de mantenimiento para que soltara amarre y abriera la puertas del hangar.


La luz comenzó a invadir el interior de la gran construcción mientras yo imaginaba las caras que pondrían las decenas de asistentes entre prensa y autoridades las cuales verían por primera vez la fragata volante.


Copié el diseño y el nombre de una nave de una antigua serie de dibujos animados de mi infancia "El capitán Harlock". Años más tarde encontré un diseño para el simulador aéreo que constituía una de mis escasas distracciones durante mi etapa de estudiante y pensé que sus formas y depósitos serían ideales si conseguía algún día ultimar una forma de materializar el fluido antigravedad. Lo fué, de hecho de las 6 burbujas de la parte posterior sólo harían falta dos si las estimulabas con una corriente eléctrica mayor.


Una vez abiertas las puertas solté el freno inercial y la Arcadia comenzó a avanzar. Conforme la luz comenzaba a bañar el morro de la fragata iba aumentando la excitación de los asistentes. Su euforia se me hacía patente contagiándome. Su alegría: mi alegría. En momentos así permitía el baño psíquico de los que me rodeaban.


Buscaban ruedas, cables, algo que les dijera que eso que tenían delante era un avión o un globo. No lo era, hoy estaban viendo algo que nunca nadie había visto antes, algo que podría suponer una innovación aeronáutica tan importante como cuando los Hermanos Wright idearon el primer avión.


Una vez rebasada las puertas activé el timón de cola y la nave giró noventa grados a la izquierda. Entonces volví a accionar el freno inercial hasta detener la nave. Por los auriculares escuchaba de fondo el murmullo y las explicaciones que Antonia -encargada de relaciones públicas de IH- hacía al público. Había sido todo un acierto contratarla, yo no estaba ahí para hablar con la prensa. 


Ahora me tocaba volver a disfrutar. Hoy tocaba volar de nuevo.


Accioné los flaps al máximo para facilitar el despegue y cuando llegaron al máximo aumenté la potencia.


La nave comenzó a ascender, cuando superé la altura del colchón gravitacional (que mantenía flotando la nave sin que tocara el suelo) lo desactivé para evitar el freno que suponía llevarlo activado. Una vez desapareció su influencia reduje los flaps a un sólo punto para permitir el avance. Al sobrepasar los sesenta nudos corté la potencia al ralentí. Cuando alcancé los cien nudos quité totalmente los flaps. Conforme hacía esto la nave salió desbocada hacia delante debido al impulso residual que aún quedaba en los motores de avance. Siempre hacía esto, era como un caballo al que abrías de golpe el corral y salía corriendo.


La nave alcanzó los ciento ochenta nudos antes de que se estabilizaran los motores y la velocidad comenzara a bajar a los ciento cuarenta que era su velocidad de avance normal al ralentí.


Giré diez grados a la derecha y mantuve esa ruta unos segundos antes de girar a la derecha para enfocar de nuevo el descampado de despegue. Quería pasar sobre ellos, quería que disfrutaran ante la visión de mi obra, quería que comenzaran a soñar...